La modernidad tiene cualidades perversas, una de ellas es la velocidad de trato entre personas, las conversaciones nunca tienen ni debate ni hacen un uso de la retórica correcto; lo que nos lleva al gusto por la discusión fácil, el grito, el insulto, el fanatismo y el excesivo uso de los "ad baculum" y poco o nulas ganas de debatir, debatir implica tiempo y un éxito escaso, con pocas posibilidades de convencer a nadie.
Y por descontado debatir no es gritarse usando más la puesta en ridículo del emisor del mensaje que la disección del mensaje y la búsqueda de la objetividad en su análisis.
Hoy, lo difícil es encontrar a alguien cambiando de opinión durante una conversación o debate, parece que asumir un cambio de opinión es indigno y demuestra debilidad. Me recuerda al cuento del "Traje nuevo del emperador"; asumir un error, quitarse la venda de los ojos es un proceso difícil de asumir porque la conclusión actual es que cambiar de opinión es signo de debilidad o de no tener valores; cuando creo que es todo lo contrario, cambiar de opinión es ante todo valentía, enfrentarse a los errores mirarlos a la cara y buscar un camino mejor, los valores de la incredulidad ante todas la ideas tanto las impuestas como las aceptadas en su momento en nuestra vida pasada. La validez de cada mensaje cambia con el tiempo y con nuestra propia experiencia vital.
Por tanto el desbocado galope del que no asume y no quiere ver errores en sus opiniones, nos lleva al enfrentamiento, al fanatismo más radical para defender opiniones contrarias; enfrentarse al vacío de mantenerse férreo ante argumentos que pueden socavar una opinión que ya tenemos formada sobre un tema. Así que es mejor caer por ese precipicio que recular y optar por otro camino, aceptar mejores argumentos. Cambiar de opinión es inconcebible para buena parte de nuestra sociedad.
Debatir y utilizar la retórica como soporte a la argumentación, al mensaje, a la opinión en definitiva; esta en franca decadencia, poco utilizada, la retórica, es de los daños colaterales de esta modernidad y cada vez peor vista y mayor pereza nos genera.
El vacío de los argumentos, para defender una tesis, nos lleva directamente a la discusión fanática y a la falta de criterio generalizado.
Cada día es habitual escuchar esta frase: "No se pueden comparar...". Cualquier respuesta que lleve esta frase es síntoma de este miedo al debate, a la retórica y por supuesto miedo a equivocarse y mejorar con ello aprendiendo de los errores.
Todo se puede comparar. Puedo comparar un camello y un coche de formula 1, porque los dos son medios de transporte, puedo comparar Londres con París porque ambos son ciudades, puedo comparar Mad Men con Fringe porque ambas son series de televisión, puedo comparar Messi con Cristiano, puedo comparar, Zapatero con Rajoy, y llevados al extremo puedo comparar a Messi con Zapatero y seguir con cualquier combinación.
Todo es comparable, todo tiene puntos que permiten el debate y el uso de la retórica. La retórica no cansa sólo es cuestión de ejercitarla.
Haced la prueba y descubriereis la cantidad de veces que nos escondemos ante la frase de que nada es comparable.
Huid de aquellos que lo primero que dicen es que no se puede comparar aquello con lo otro, porque tenéis delante vuestro, un peregrino del camino fácil, que nos lleva a la incomunicación, al fanatismo.
Y, como no, al final caemos en la Ley Godwin, que no falla nunca.